Stranger (En español): El desafío de un inmigrante latino en la era de Trump

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Overview

“Hay veces en que me siento como un extraño en el país donde he pasado más de la mitad de mi vida. No es por falta de oportunidades, ni una queja. Es, más bien, una especie de desilusión. Jamás me imaginé que después de 35 años en Estados Unidos iba a seguir siendo un stranger para muchos. Pero eso soy.”

Jorge Ramos, periodista galardonado con premios Emmy, reconocido presentador del Noticiero Univisión y considerado “la voz de los sin voz” de la comunidad latina, fue expulsado de una rueda de prensa del candidato presidencial Donald Trump en Iowa en el año 2015 tras cuestionar sus planes sobre inmigración.

En este manifiesto personal, Ramos explora qué significa ser un inmigrante latino, o simplemente un inmigrante, en los Estados Unidos de nuestros días. Mediante datos y estadísticas, su olfato para encontrar historias y su propia memoria personal, Ramos nos muestra el rostro cambiante de America y explora las razones por las que él, y muchos otros millones de inmigrantes, aún se sienten como strangers en este país.

“Es precisamente su estilo de confrontación… el que le ha ganado a Ramos la confianza de tantos hispanos. Ellos saben que en muchos países al sur de Estados Unidos las preguntas directas pueden significar, no solo perder el acceso, sino también perder la vida”.   
—Marcela Valdes, The New York Times

ENGLISH DESCRIPTION

“There are times when I feel like a stranger in this country. I am not complaining and it’s not for lack of opportunity. But it is something of a disappointment. I never would have imagined that after having spent thirty five years in the United States I would still be a stranger to so many. But that’s how it is”.


Jorge Ramos, an Emmy award-winning journalist, Univision’s longtime anchorman and widely considered the “voice of the voiceless” within the Latino community, was forcefully removed from an Iowa press conference in 2015 by then-candidate Donald Trump after trying to ask about his plans on immigration.

In this personal manifesto, Ramos sets out to examine what it means to be a Latino immigrant, or just an immigrant, in present-day America. Using current research and statistics, with a journalist’s nose for a story, and interweaving his own personal experience, Ramos shows us the changing face of America while also trying to find an explanation for why he, and millions of others, still feel like strangers in this country.

“It is precisely this pattern of confrontation… that has won Ramos the trust of so many Hispanics. They know that in many countries south of the United States, direct questions can provoke not simply a loss of access but also a loss of life.” —Marcela Valdes, The New York Times

Product Details

ISBN-13: 9780525563778
Publisher: PRH Grupo Editorial
Publication date: 02/27/2018
Pages: 224
Sales rank: 657,423
Product dimensions: 5.20(w) x 7.90(h) x 0.80(d)
Language: Spanish

About the Author

About The Author
Jorge Ramos es periodista y columnista sindicado. Aclamado por la revista Time como uno de "los 25 hispanos más influyentes en los Estados Unidos", Ramos es el conductor del noticiero de Univisión desde 1986, donde también es responsable del programa dominical Al punto, donde analiza los temas clave de la semana y realiza entrevistas de actualidad. En el canal Fusion conduce el programa América con Jorge Ramos. En 2017 recibió el premio Gabriel García Márquez a la “excelencia en el ámbito periodístico”. Ramos también ha sido galardonado con el premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia y ha ganado ocho premios Emmy por su trabajo como periodista.

Read an Excerpt

Prólogo
Hay veces en que me siento como un extraño en el país donde he pasado más de la mitad de mi vida. No es por falta de oportunidades, ni una queja. Es, más bien, una especie de desilusión. Jamás me imaginé que después de 35 años en Estados Unidos iba a seguir siendo un stranger para muchos. Pero eso soy.

A pesar de esa sensación, quiero empezar con el agradecimiento. En Estados Unidos nacieron mis hijos, lo que más quiero en este mundo; aquí he ejercido mi pasión y mi profesión —el periodismo— con absoluta libertad; aquí existe una energía de cambio, deseo de innovación y una apertura difíciles de encontrar en otras partes del planeta; aquí casi todos somos inmigrantes o descendientes de extranjeros y eso siempre ayuda a saltar fronteras y llegar al límite de lo posible; aquí sigue prevaleciendo la idea de que la democracia es el sistema político que todos aceptamos y que el concepto de igualdad está establecido desde que se inició la independencia de esta nación; aquí se puede vivir bien y con justicia, que en su sentido original significa darle a cada quien lo que se merece.

Por eso vivo aquí. Tengo el privilegio de compartir con millones de personas la maravillosa coincidencia de querer vivir en un país y de que ese país te acepte con los brazos abiertos. Me hice estadounidense por voluntad y Estados Unidos, también voluntariamente, me aceptó.
Nada de esto, por supuesto, borra de dónde vengo. Nací y crecí en México y nunca dejaré de ser mexicano. Adoro la solidaridad de los mexicanos, en cuya nación maravillosa nunca te sientes solo. Es un extraordinario país que crece con ganas y que expande su cultura a todo el planeta, muy distinto de la corrupta imagen de sus gobiernos y de la violencia que vemos en las noticias. La mayor parte de mi familia sigue viviendo en México, visito el país varias veces al año y me preocupa, siempre, lo que ocurre a ambos lados de la frontera.

Mi vida privada y mi vida pública son binacionales y transnacionales. Soy, simultáneamente, mexicano, estadounidense, “latino”, extranjero, inmigrante, emigrante, chilango y, sin duda, muchas cosas más. Es decir, para muchos soy el otro.

Pero Estados Unidos es un país históricamente acostumbrado a los otros —a los que recién llegan, a los que nacieron en otro lado, a los que se ven y hablan distinto— y, por lo tanto, ha desarrollado una saludable tolerancia a quienes son diferentes. Aunque no en todas partes ni siempre.

La historia de este país registra ciclos de aceptación a los extranjeros seguidos por ciclos de enorme rechazo y discriminación. Ese es el momento que estamos viviendo ahora.
Hay partes del país que se resisten más a los inmigrantes y los culpan injustamente de los principales problemas que enfrentamos, desde la falta de trabajos bien remunerados hasta el crimen. Y hay políticos que se aprovechan de eso para dividir a la nación y ganar votaciones. Como Donald Trump.

Déjenme hacer una aclaración.

Este no es un libro sobre Trump. Pero su entrada a la política y su llegada al poder están directamente relacionadas al creciente sentimiento antiinmigrante que prevalece en Estados Unidos. Es lo peor que he visto desde mi llegada a este país en 1983. Es como si Trump le hubiera dado permiso a otros para ofender a los inmigrantes y para hacer comentarios racistas, tal y como él ha hecho.

Las palabras importan. El problema no es solo Trump, son también los 63 millones de estadounidenses que votaron por él y que, en muchos sentidos, piensan como él. Sí, el odio se ha ido fermentando desde la llegada de Donald Trump a la política. Pero no por eso podemos aceptarlo como algo normal.

Los ataques de Trump a los inmigrantes y su aparente intento de detener el cambio demográfico que está viviendo Estados Unidos van a fracasar. Trump va a contracorriente. Él anunció su campaña presidencial el 16 de junio de 2015. Apenas 15 días después —el 1 de julio de 2015—la Oficina del Censo calculó que más de la mitad (50.2 por ciento) de todos los bebés menores de un año en Estados Unidos ya pertenecían a una minoría.

Estados Unidos nunca ha sido un país puro. Los conquistadores españoles Juan Ponce de León y Hernando de Soto hablaron español en lo que hoy es el sur de Estados Unidos unos dos siglos antes de que llegaran los primeros pilgrims o habitantes europeos a Nueva Inglaterra. Hay evidencia de la presencia de africanos en nuestro territorio desde principios del siglo xvii. Y los nativos norteamericanos precedieron a todos los demás.

La esencia de Estados Unidos es ser una nación multiétnica, multirracial, de muchas culturas, diversa, tolerante y creada por inmigrantes bajo los principios de libertad, igualdad y democracia.
Trump parece no entender la historia de este país. Al final acabaremos recordando su presidencia como uno de los momentos más tristes en la ya larga lista de tensiones étnicas y raciales en Estados Unidos. Como si no hubiéramos aprendido nada. Pero mientras tanto tendremos que aguantarlo y resistir.

A veces pienso que me he estado preparando durante toda mi vida para este momento. Este es un libro sobre lo que significa ser un inmigrante latino en la era de Trump. Comienza en el preciso momento en que uno de sus guardaespaldas me expulsó de una conferencia de prensa y cómo eso cambió tantas cosas para mí. Este es un libro sobre lo que implica ser un stranger en Estados Unidos en la primera mitad del siglo xxi.

Stranger es un término que en inglés se usa para indicar a alguien que es extraño o que no pertenece a la comunidad (más cercano a foreigner). Por eso decidí mantenerlo en la edición en español, para expresar esa contradicción: ¿cómo puede ser un stranger alguien que ha vivido más de la mitad de su vida en un país?

Originalmente este libro se iba a titular Lejos de casa. Me he mudado decenas de veces en Estados Unidos y siempre tengo la impresión de que estoy buscando esa sensación de seguridad, alegría y tranquilidad que tuve en la casa donde viví durante casi dos décadas en la Ciudad de México.

Es, lo sé, una búsqueda imposible. Los recuerdos están ligados no solo a lugares físicos, sino también a momentos específicos. Por eso no es posible regresar a casa o, por lo menos, a esa casa que todos los inmigrantes dejamos y que existe, sobre todo, en nuestra memoria.
Este libro es una exploración de mi vida en México y Estados Unidos. Es más bien un honesto y a veces doloroso relato de lo que significa vivir lejos de México y, también, lejos de Estados Unidos. En estas páginas busco la explicación a ese alejamiento que he sentido últimamente del país donde vivo. Es el libro de un inmigrante cuya narración va y viene, cruzando la frontera, sin permisos ni papeles.
 
Capítulo 1: Lárgate de mi país

“Lárgate de mi país”.

Todavía escucho esa frase con absoluta claridad, como si viviera en un lugar específico de mi mente.

Es una cicatriz.

Por dentro.

Ocurrió hace algún tiempo, pero resuena en mis oídos como si acabara de pasar. No sé ni siquiera el nombre de quién me la dijo, pero tengo su cara y su odio grabados en los ojos y en toda la piel.
Cuando alguien te odia lo sientes en todo el cuerpo. Son, generalmente, solo palabras. Pero la vibración de las palabras cargadas de odio se cuela entre las uñas, por tu pelo, se clava debajo de tus párpados. Entra también por tus oídos. Y luego todo parece alojarse entre la garganta y el estómago, en ese preciso espacio donde sientes que te ahogas y que, si la sensación se acumulara por mucho tiempo más, algo se reventaría.

Quien me dijo “lárgate de mi país” era un seguidor de Donald Trump. Lo sé porque llevaba un broche del entonces candidato en una de las solapas del saco. Pero sobre todo lo sé por la manera en que me lo dijo. Me miró directamente a los ojos, me apuntó con un dedo y me gritó.

He vuelto a ver el video de esa tarde de agosto de 2015, una y otra vez, y no sé cómo mantuve la calma. Recuerdo que su grito me tomó por sorpresa. Trump, con la brutal y cobarde ayuda de un guardaespaldas, me acababa de sacar de una conferencia de prensa en Dubuque, Iowa, y yo apenas estaba pensando en cómo reaccionar cuando, de pronto, escuché a un energúmeno apuntándome con el dedo.

Levanté la cabeza y, en lugar de soltarle una grosería como me hubiera gustado, me controlé y solo le dije: “Yo también soy un ciudadano de Estados Unidos”. Su respuesta me dio risa. Dijo “whatever”, cuya traducción sería algo así como “me da lo mismo”, una frase que suele utilizar gente mucho más joven que él. Un policía que estaba escuchando la discusión, a las afueras de la conferencia de prensa de Trump, se interpuso entre los dos y ahí terminó todo. Pero su odio se me quedó clavado.

El odio es contagioso.

Trump contagia odio.

Estoy absolutamente convencido de que si Trump me hubiera tratado de otra manera, su seguidor no me habría hablado así. Pero Trump me acababa de echar de una conferencia de prensa y con ello, de alguna manera, le había dado permiso a ese hombre para dirigir su odio contra mí.
Nunca antes me había ocurrido algo así en más de tres décadas como periodista. Para mí eso solo ocurría en las dictaduras. Bueno, una vez en Guadalajara, México, en el marco de la primera Cumbre Iberoamericana, por allá de 1991, me pasó algo parecido. Uno de los guardaespaldas de Fidel Castro me empujó y me hizo a un lado mientras cuestionaba al dictador cubano por la falta de libertad en la isla.

Trump también usó a un guardaespaldas para evitar que le hiciera una pregunta.
Mis problemas con Donald J. Trump comenzaron el mismo día en que lanzó su candidatura presidencial: el 16 de junio de 2015 en Nueva York. Ahí dijo lo siguiente: “Cuando México envía a su gente, no envía a los mejores... Está enviando a gente con muchos problemas y ellos nos están trayendo esos problemas. Ellos traen drogas. Ellos traen el crimen. Son violadores. Y algunos, supongo, son buenas personas... Y no solo vienen de México. Vienen del sur y de América Latina...”.

Estos son comentarios racistas. Punto.

Trump puso a todos los inmigrantes mexicanos y latinoamericanos en el mismo saco. Generalizó. No tuvo la honestidad intelectual de decir que solo algunos inmigrantes cometen crímenes, no la mayoría. Luego, varios de sus defensores aseguraron que Trump se estaba refiriendo en realidad a cierto tipo de inmigrantes indocumentados, a los más violentos, no a todos los que vienen del otro lado de la frontera sur.

Quizás. Nunca lo sabremos. Pero eso no es lo que dijo. Lo que sí sé es que cuando Trump lanzó su candidatura presidencial, acusó a todos los inmigrantes mexicanos de ser criminales, narcotraficantes y violadores.

Todos los estudios que he leído —particularmente el del American Immigration Council—concluyen que “altos niveles de inmigración están vinculados con bajos niveles de criminalidad, y que los inmigrantes son menos propensos a cometer crímenes serios o a terminar en la cárcel que las personas nacidas en Estados Unidos”.

Trump comenzó su camino hacia la Casa Blanca con una gran mentira.

Las primeras declaraciones de Trump como candidato me tomaron por sorpresa y me molestaron muchísimo. Los días y las semanas posteriores a su anuncio estuve muy inquieto. No sabía cómo responder. Sabía que como reportero, como latino y como inmigrante tenía que hacer algo. Pero no sabía exactamente qué. Además, tenía que ser una repuesta bien calibrada; no podía ser la respuesta diplomática y aséptica de un político. Tampoco un grito insultante.

Univision, la empresa para la que trabajo desde enero de 1984, había tomado la valiente decisión de romper su relación comercial con Trump y no transmitir en español el concurso de Miss USA —del cual el empresario era en parte propietario— “por sus comentarios insultantes contra los inmigrantes mexicanos”. Ese sería el inicio de una larga batalla legal.

A pesar de lo anterior, yo sentía que también tenía que enfrentar a Trump periodísticamente. Este no era solo un asunto de negocios. Así que el mismo día en que Univision anunció el rompimiento de su relación comercial con Trump, le escribí una carta, a mano, solicitándole una entrevista.
La carta, fechada el 25 de junio de 2015, decía lo siguiente:

Señor Trump:
Le escribo personalmente para solicitarle una entrevista. Sin embargo, hasta el momento su equipo se ha negado a dármela.
Estoy seguro de que usted tiene muchas cosas que decir... y yo tengo muchas cosas que preguntar. Puedo viajar a Nueva York o al lugar que usted quiera.
Si usted prefiere hablar primero por teléfono, mi número de celular es 305-794-1212.
Sé que este es un asunto importante para usted y para mí.
Saludos,
Jorge Ramos
 
La puse en un sobre de FedEx y la envié a sus oficinas de Nueva York. Al día siguiente, de pronto, empecé a recibir cientos de llamadas y textos en mi celular, unos más insultantes que otros. No entendía bien qué estaba pasando. Hasta que un compañero de trabajo entró en mi oficina y me dijo: “Trump publicó tu número de celular en la internet”.

Estos fueron algunos de los cientos de textos que recibí:
 
“Jorge Ramos, Donald Trump puso tu carta personal en la internet e incluye tu número de celular. Siento mucho lo que te hizo”.
“Ve y jódete, Jorgito”.
“Por favor, llévate a tu antiamericano Univision a México, un país corrupto del tercer mundo, y vete con ellos. Gracias y que tengas un buen viaje de regreso”.
“Trump2016. Construya esos muros para evitar que los ilegales crucen nuestras fronteras”.
“Eres un sucio racista. Nadie quiere a tus primos ilegales en este país”.
“Trump tenía razón... Los latinos deben dejar de sentirse ofendidos. Es vergonzoso. Tú no hablas por todos los latinos”.
“Trump2016. Ven legal a este país o lárgate. Ilegal es ilegal”.
“Jódete”.

Efectivamente, Trump me había contestado a través de Instagram. Escribió esto: “Univision dice que no me quieren, pero Jorge Ramos y sus otros conductores me ruegan que les dé una entrevista”.

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